Artículo de la Revista Mujer / 30 junio 2015 por Gonzalo Argandoña
La revista Mujer, es la más leída de Chile, circula cada domingo junto al diario La Tercera.
Enclaves de hace siete siglos que
aún existen y que, incluso, mantienen cierto ambiente medieval,
pequeñas villas de pescadores y elegantes balnearios se alternan en
apenas 250 kilómetros de recorrido por el mar Cantábrico, al norte de
España. Y con una gastronomía inigualable.
Texto y fotos: Gonzalo Argandoña Mc
España cuenta con una potente artillería de rutas turísticas. Uno de los países más visitados del mundo, con 65 millones de turistas el 2014, tiene la Costa Azul, la ruta del Quijote por Castilla y La Mancha, Granada y la Alhambra, el camino de Santiago de Compostela, además de las clásicas Madrid, Barcelona o Sevilla. Pero una zona que atrae por su belleza, ambiente algo provinciano y una gastronomía magnífica es la Costa Vasca, al norte del país. Bañada por el mar Cantábrico, son tantas las impresiones que se pueden tomar en los 250 kilómetros del litoral de Euskadi (País Vasco), que paralizan al más impávido. Plagado de acantilados, este es un recorrido para hacer con calma, dándose tiempo para admirar los paisajes marinos; las olas que atraen a surfistas; pueblos que van desde pequeñas caletas pesqueras a coloridas villas, pasando por ciudades estilosas que cautivan a miles de visitantes.
El recorrido lógico sería salir desde Bilbao -capital del País Vasco- hacia la desembocadura de la ría (su principal cauce y que la divide en dos) en el mar, en Portugalete. Una opción es arrendar auto. Un buen mapa o GPS harán que no se pierda, ya que aunque muchos carteles están en el indescifrable euskera (idioma de esta comunidad autónoma), todo está pensado para el turista y traducido. Otra excelente opción es contratar un guía local, que además le contará la historia de cada sitio. Recomendable (N° 1 en TripAdvisor) es Aitor Delgado, joven vasco que conoce la zona a la perfección, culto y de gran simpatía (www.aitordelgado.net).
La cocina vasca es de las mejores del mundo, y una forma de acercarse a ella es participar en un taller de pinchos.
A Portugalete, por su cercanía con Bilbao (18 km) incluso se puede llegar en metro. Pintoresco y lleno de tonalidades, le recomendamos la terraza del Gran Hotel para un primer encuentro con los pintxos (o pinchos), sabrosas tapas que son una verdadera nanocomida debido a su variedad de sabores y cada vez más refinadas elaboraciones. Son porciones mínimas, como para picar, pero suelen probarse varias y diferentes, por lo que resultan contundentes. El turista dirá ¡son como una tapa! Y de seguro un vasco retrucará serio: son cosas totalmente distintas.
Imposible que no se asombre con la enorme estructura metálica del Puente Vizcaya, primer puente-transbordador del mundo, con más de un siglo en operación y Patrimonio de la Unesco. Crúcelo y suba a su paralela a más de 50 metros. Verá no solo las casas y edificios de esta villa, sino los de su vecina Getxo (se pronuncia Guecho), que está en el margen derecho de la ría de Bilbao.
Fotogénica como pocas, Bermeo es una villa de pescadores que merece una caminata. Su vida de mar no solo destaca por su activa flota pesquera sino que también por la industria conservera. Desde aquí se exportan bonito del norte, anchoas, boquerones, atún, sardinillas y mejillones. Su muelle es una postal hermosamente chillona, entre barcos multicolores, el mar azul y, de fondo, teñidos techos y fachadas de casas y bajos edificios.
Un escenario muy distinto nos recibe en Zumaia, un geoparque donde se observa el flysch, formaciones rocosas con estratos verticales, un verdadero milhojas de piedras. Un pequeño sendero nos lleva a un mirador desde el que vemos paredes laminadas, protagonistas de la historia geológica de la Tierra que han quedado al descubierto por la acción del mar. ¿Su importancia? La secuencia de capas del flysch conforma una serie continua de 60 millones de años, en la que han quedado registrados los grandes eventos y cataclismos.
En Getaria, el olor del pescado que asan en las parrillas del puerto o en restaurantes más refinados, como Elkano, atrae al visitante. Pequeño y animado, aquí hay que acercarse al Museo Cristóbal Balenciaga, consagrado al famoso modisto -uno de los más influyentes del siglo XX- e hijo más conocido de la localidad, junto a Juan Sebastián Elcano. La colección permanente la componen 1.200 trajes y accesorios.
En las verdes y onduladas colinas de Getaria maduran las parras de txacolí (chacolí), ese vino joven, afrutado y algo ácido que, después de años de ninguneo, hoy vive un momento de gloria, siendo el acompañante ideal para pescados y mariscos. La cercanía con el mar, la gran cantidad de lluvias (2.000 mm al año) y los vientos frescos hacen que Getaria tenga las condiciones ideales para producir este tipo de uvas. La bodega familiar Txomin Etxaniz recibe visitas.
Unos kilómetros más y llegamos a la chic San Sebastián (Donostia en vasco), ciudad elegante como pocas, la más turística y grande de la zona. Famosa por su festival de cine (septiembre), concentra la mayor cantidad de restaurantes con estrellas Michelin de toda España: suman 18 estrellas, las mismas que París; y será la capital europea de la cultura el 2016. No importa si es invierno o verano, cada estación guarda su encanto. En las tardes, una caminata por La Concha, la más visitada de sus playas, hasta su vecina Ondarreta, puede ser toda una experiencia. Verá a los donostiarras relajados y de andar pausado. Si quiere un mirador para la mejor foto, suba al monte Igueldo, desde donde se domina gran parte de la ciudad. Por las noches la gente prende con rapidez. El Casco Viejo exhibe un vía crucis por sus bares y tabernas de pinchos. La música de los locales se mezcla con conversaciones en euskera, inglés, francés y español. Si quiere sentirse protagonista de la cocina vasca, nada más recomendable que un taller de pinchos. Gabriella Ranelli, neoyorquina casada con vasco, abre las puertas de su ‘piso’ en pleno centro y junto al chef Josetxo Lizarreta introduce a los participantes en el mundo de esta nanogastromía, todo al ritmo de una grata conversación y, cómo no, al descorche de una y otra botella de chacolí que sirve de inspiración.
España cuenta con una potente artillería de rutas turísticas. Uno de los países más visitados del mundo, con 65 millones de turistas el 2014, tiene la Costa Azul, la ruta del Quijote por Castilla y La Mancha, Granada y la Alhambra, el camino de Santiago de Compostela, además de las clásicas Madrid, Barcelona o Sevilla. Pero una zona que atrae por su belleza, ambiente algo provinciano y una gastronomía magnífica es la Costa Vasca, al norte del país. Bañada por el mar Cantábrico, son tantas las impresiones que se pueden tomar en los 250 kilómetros del litoral de Euskadi (País Vasco), que paralizan al más impávido. Plagado de acantilados, este es un recorrido para hacer con calma, dándose tiempo para admirar los paisajes marinos; las olas que atraen a surfistas; pueblos que van desde pequeñas caletas pesqueras a coloridas villas, pasando por ciudades estilosas que cautivan a miles de visitantes.
El recorrido lógico sería salir desde Bilbao -capital del País Vasco- hacia la desembocadura de la ría (su principal cauce y que la divide en dos) en el mar, en Portugalete. Una opción es arrendar auto. Un buen mapa o GPS harán que no se pierda, ya que aunque muchos carteles están en el indescifrable euskera (idioma de esta comunidad autónoma), todo está pensado para el turista y traducido. Otra excelente opción es contratar un guía local, que además le contará la historia de cada sitio. Recomendable (N° 1 en TripAdvisor) es Aitor Delgado, joven vasco que conoce la zona a la perfección, culto y de gran simpatía (www.aitordelgado.net).
La cocina vasca es de las mejores del mundo, y una forma de acercarse a ella es participar en un taller de pinchos.
A Portugalete, por su cercanía con Bilbao (18 km) incluso se puede llegar en metro. Pintoresco y lleno de tonalidades, le recomendamos la terraza del Gran Hotel para un primer encuentro con los pintxos (o pinchos), sabrosas tapas que son una verdadera nanocomida debido a su variedad de sabores y cada vez más refinadas elaboraciones. Son porciones mínimas, como para picar, pero suelen probarse varias y diferentes, por lo que resultan contundentes. El turista dirá ¡son como una tapa! Y de seguro un vasco retrucará serio: son cosas totalmente distintas.
Imposible que no se asombre con la enorme estructura metálica del Puente Vizcaya, primer puente-transbordador del mundo, con más de un siglo en operación y Patrimonio de la Unesco. Crúcelo y suba a su paralela a más de 50 metros. Verá no solo las casas y edificios de esta villa, sino los de su vecina Getxo (se pronuncia Guecho), que está en el margen derecho de la ría de Bilbao.
Fotogénica como pocas, Bermeo es una villa de pescadores que merece una caminata. Su vida de mar no solo destaca por su activa flota pesquera sino que también por la industria conservera. Desde aquí se exportan bonito del norte, anchoas, boquerones, atún, sardinillas y mejillones. Su muelle es una postal hermosamente chillona, entre barcos multicolores, el mar azul y, de fondo, teñidos techos y fachadas de casas y bajos edificios.
Un escenario muy distinto nos recibe en Zumaia, un geoparque donde se observa el flysch, formaciones rocosas con estratos verticales, un verdadero milhojas de piedras. Un pequeño sendero nos lleva a un mirador desde el que vemos paredes laminadas, protagonistas de la historia geológica de la Tierra que han quedado al descubierto por la acción del mar. ¿Su importancia? La secuencia de capas del flysch conforma una serie continua de 60 millones de años, en la que han quedado registrados los grandes eventos y cataclismos.
En Getaria, el olor del pescado que asan en las parrillas del puerto o en restaurantes más refinados, como Elkano, atrae al visitante. Pequeño y animado, aquí hay que acercarse al Museo Cristóbal Balenciaga, consagrado al famoso modisto -uno de los más influyentes del siglo XX- e hijo más conocido de la localidad, junto a Juan Sebastián Elcano. La colección permanente la componen 1.200 trajes y accesorios.
En las verdes y onduladas colinas de Getaria maduran las parras de txacolí (chacolí), ese vino joven, afrutado y algo ácido que, después de años de ninguneo, hoy vive un momento de gloria, siendo el acompañante ideal para pescados y mariscos. La cercanía con el mar, la gran cantidad de lluvias (2.000 mm al año) y los vientos frescos hacen que Getaria tenga las condiciones ideales para producir este tipo de uvas. La bodega familiar Txomin Etxaniz recibe visitas.
Unos kilómetros más y llegamos a la chic San Sebastián (Donostia en vasco), ciudad elegante como pocas, la más turística y grande de la zona. Famosa por su festival de cine (septiembre), concentra la mayor cantidad de restaurantes con estrellas Michelin de toda España: suman 18 estrellas, las mismas que París; y será la capital europea de la cultura el 2016. No importa si es invierno o verano, cada estación guarda su encanto. En las tardes, una caminata por La Concha, la más visitada de sus playas, hasta su vecina Ondarreta, puede ser toda una experiencia. Verá a los donostiarras relajados y de andar pausado. Si quiere un mirador para la mejor foto, suba al monte Igueldo, desde donde se domina gran parte de la ciudad. Por las noches la gente prende con rapidez. El Casco Viejo exhibe un vía crucis por sus bares y tabernas de pinchos. La música de los locales se mezcla con conversaciones en euskera, inglés, francés y español. Si quiere sentirse protagonista de la cocina vasca, nada más recomendable que un taller de pinchos. Gabriella Ranelli, neoyorquina casada con vasco, abre las puertas de su ‘piso’ en pleno centro y junto al chef Josetxo Lizarreta introduce a los participantes en el mundo de esta nanogastromía, todo al ritmo de una grata conversación y, cómo no, al descorche de una y otra botella de chacolí que sirve de inspiración.